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jueves, 19 de agosto de 2010

CINE TERROR


El Cine de Terror muestra en sus imágenes
los matices de una sensación siempre inabarcable y
muchas veces dramática: el miedo. Ante situaciones
donde el hombre no sabe a que atenerse, donde no
podemos encontrar una explicación y comprensión
de la realidad, o de los hechos que suceden, y los
mismos nos resultan extraños e inexplicables,
rompiendo los esquemas racionales que nos son
conocidos y que nos dan seguridad y certeza, el
resultado suele ser una profunda inquietud que
llevada al extremo produce como resultado el terror.
La diferencia entre éste y el horror, es que el primero
es lo que anticipamos que puede suceder como una
experiencia terrible o de dolor, mientras que el
segundo es el presagio cumplido, los miedos hechos
realidad.
La emoción más antigua y más intensa de la humanidad
es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el
miedo a lo desconocido.
Como rubro cinematográfico, es uno de los
más populares y de mayor expansión entre viejos y
nuevos espectadores, aunque no siempre haya contado
con el favor de la crítica a lo largo de su desarrollo. La
explicación psicológica y sociológica del atractivo de
este tipo de filmes ha residido en el profundo poder
catártico que en el espectador tiene el desarrollo y
desenlace de sus historias, por una parte, y por la
necesidad de experimentar una distracción o
entretenimiento que alejase al espectador de las
realidades angustiantes que se suelen vivir ante ciertos
sucesos políticos, sociales y económicos como lo fueron
la Gran Depresión en los años treinta, la Segunda Guerra
Mundial en los cuarenta, o la Guerra Fría en los
cincuenta. Esta condición catártica es una de las
razones por las cuales los historiadores y críticos
argumentan que el Cine de Terror ha tenido sus
períodos de auge y decadencia en cuanto a sus
producciones y a su aceptación por parte del público.
En este género cinematográfico, las historias
tratan temas que van más allá de las convenciones del
realismo, dándose interpretaciones fantásticas de la
realidad, así como fenómenos inexplicables que
atemorizan a los protagonistas de estos relatos. Desde
el punto de vista del estilo, estas obras se distinguen por
sus encuadres angulados, una iluminación de grandes
contrastes donde predominan las sombras,
ambientaciones lóbregas o en espacios cerrados,
diálogos dramáticos que refieren los temores e
incertidumbre que viven sus personajes, efectos de
sonido escalofriantes, y bandas sonoras densas y
sugerentes que suelen aumentar la tensión de las
escenas. Por otra parte, el manejo de lo oculto, tanto en
la selección y presentación de sus temáticas así como
en el estilo de sus imágenes, son parte de sus
elementos fundamentales, y dentro de esa ocultación
casi siempre yace el Mal o la maldad humana como
fuente de terror.
El terror a través del tiempo
El terror, como género cinematográfico, tiene
sus orígenes en las novelas góticas inglesas de los siglos
XVIII y XIX escritas por Horace Walpole (El castillo de
Otranto, 1764), Ann Radcliffe (Los misterios de Adolfo,
1794) o Matthew Lewis (El monje, 1796). En todas estas
obras se presentan elementos de misterio, decadencia,
fatalidad, edificios llenos de fantasmas, locura,
monstruos provenientes de las tradiciones populares y
maldiciones hereditarias que alcanzan su máxima
expresión en el Cine de Terror. Otros clásicos literarios
góticos como Frankenstein (Mary Shelly, 1818), Drácula
(Bram Stoker, 1897) o El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr.
Hyde (Robert Louis Stevenson, 1886), anticipan en sus
relatos muchas de las características narrativas y de
ambientación que caracterizaran, posteriormente, a esta
clase de películas a partir del siglo XX.
Como primer antecedente fílmico de este
género, encontramos el cortometraje de Georges Méliès
Los manejos del Diablo (Le manier du Diable, 1896),
sin embargo, el primer largometraje que anticipa los
elementos estilísticos del cine de terror como tal, hecho
en el cual suelen coincidir los historiadores, es El
gabinete del Dr. Caligari (Das kabinet des Dr. Caligari,
1919) dirigida por Robert Wiene. En este largometraje,
correspondiente al movimiento del Expresionismo
Alemán, se encuentran muchos de los elementos
narrativos, estilísticos y temáticos que dan forma a este
tipo de películas: un resaltado simbolismo, un relato
macabro y siniestro, una expresión estética donde
predominan las sombras y los marcados contrastes de
luces, además del dramatismo de las caracterizaciones y
actuaciones de sus protagonistas. Nosferatu, el
vampiro (Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, 1922)
de F. W. Murnau, filme que pertenece también a este
movimiento, es quizá el primer largometraje que posee
todas las características formales de este rubro, al
presentarnos a uno de sus personajes fundamentales: el
vampiro. Basado en la obra literaria de Bram Stoker,
antes mencionada, esta película se convirtió en un gran
éxito de público al aterrorizar a los espectadores gracias
al sobrecogedor maquillaje e interpretación de Max
Schreck y al uso de los efectos especiales que su
director desarrolló para esta obra.
En esta primera etapa, comienzan a tratarse los
relatos que se irán dando dentro del cine de terror:
científicos insanos o psicópatas, monstruos de leyenda,
fantasmas, casas embrujadas, posesiones, muertos
vivientes, entre otros; y que con el correr del tiempo se
convertirían en subgéneros específicos de terror dada
las convenciones narrativas y estilísticas que se fueron
creando para cada una de esas temáticas. Mucho de
esta dinámica se debió a la incursión de los estudios
Universal Pictures, a inicios de los años treinta, en este
rubro dado su interés de producir filmes que fuesen
atractivos para el público y así conjurar la bancarrota
que se cernía sobre ellos. De esta manera, el rotundo
éxito de los largometrajes sonoros de terror durante
está década correspondió a esta empresa, gracias a
obras como Drácula (Tod Browning, 1931), Frankestein
(1931) y La novia de Frankenstein (The Bride of
Frankenstein, 1935), dirigidas ambas por James Whale;
las cuales establecieron los parámetros para dos de los
personajes fundamentales de este género como lo son
el vampiro y el monstruo o muerto viviente, a los cuales
luego se sumarían el hombre lobo y la momia. El actor
de origen rumano Bela Lugosi y el americano Boris
Karloff, protagonistas de estos filmes se convirtieron en
dos estrellas icónicas de este tipo de películas, junto a
Peter Lorre y Lon Chaney, quienes encarnaron a la
perfección los personajes siniestros o torturados de
estas historias en este primer período. De igual modo,
durante este lapso surgen también los filmes que apelan
a las catástrofes o a las “venganza de la
naturaleza”como hecho atemorizante, tal y como quedó
reflejado en King Kong (Tod Browning, 1931). Mención
aparte, merece La parada de los monstruos (Freaks,
Tod Browning, 1932), una obra única en la historia del
cine que fue filmada con personas reales con
discapacidades físicas que pertenecían a un acto
circense. Con este filme su director trató de mostrar la
maldad en la belleza de las personas “normales”
contrastada con la belleza interna de aquellos menos
agraciados.
En la década siguiente, los estudios RKO de Val
Lewton pasaron a dominar la producción de terror,
gracias a su estrategia de apelar a la sugestión y la
insinuación en el desarrollo cinematográfico de sus
historias de bajo presupuesto, en lugar de utilizar la
representación directa de la violencia; con ello lograron
que el público se imaginara situaciones más aterradoras
que las realmente mostradas en la pantalla. De este
período destaca el filme La mujer pantera (Cat People,
Jacques Tourneur, 1942). Lewton, logró que su
concepción y técnicas cinematográficas se afianzaran
como características del género y se extendieran hasta
más allá de la mitad de la década de los años sesenta,
tanto en el cine como en la televisión norteamericana y
en el resto del mundo, jugando con las variantes del
terror psicológico y el miedo a lo sobrenatural.
El período de la Guerra Fría, el desarrollo de los
efectos especiales, y la incipiente aparición de las
tecnologías espaciales en los años cincuenta dieron pie
a la combinación del cine de terror con el género de la
ciencia ficción, propiciando la aparición, durante los
cinco primeros años, de toda una generación de
monstruos terrenales y celestes aterradores. Sin
embargo, la productora inglesa Hammer Studios volvió a
recuperar e imponer el estilo gótico de los primeros
años, gracias a las interpretaciones de Christopher Lee y
Peter Cushing, quienes en versiones a color de los
clásicos de la Universal a partir de 1955, llegaron a
convertirse también en figuras icónicas del género de
terror. Lamentablemente, la mayor permisividad en la
industria del cine en cuanto a la representación de la
violencia y el sexo llevó a que muchos de los filmes
posteriores comenzaran a estar marcados por la
truculencia, lo que propició una cierta decadencia, de la
cual puede ser rescatado el ciclo de adaptaciones de
los cuentos de Edgar Alan Poe dirigido por Roger
Corman y protagonizados por el reconocido actor
norteamericano Vicent Price.
No obstante, el estreno en 1960 de Psicosis
(Pycho, Alfred Hitchcock) y de la cinta El fotógrafo del
pánico (Peeping Tom, Michael Powell), dieron lugar a un
nueva variante, cuando no a las bases de un nuevo
subgénero: el de los asesinos psicópatas, del cual el
más atemorizante quizá sea Aníbal Lecter de El silencio
de los inocentes (The Silence of the Lambs, Jonathan
Demme, 1981). En éste, seres de aparente normalidad e
inteligencia esconden toda una gama de bajos instintos
que una vez liberados los convierten en seres
aterradores: monstruos humanizados. De igual forma, en
este lapso la incursión de cineastas independientes
llevan al género como tal a una orientación más
tenebrosa, pero también con un enfoque hacia públicos
más juveniles e impresionables, al abordar la temática
de las posesiones diabólicas como en La semilla del
diablo (Rosmary's Baby, Roman Polanski, 1968) o El
exorsista (The Exorsist, 1973), y la de los zombis con La
noche de los muertos vivientes (Night of the Living
Dead, George Romero, 1968), obra esta última que da
pie al subgénero del cine Gore, tan popular en los
últimos quince años en el cine norteamericano y
asiático. En algunos de estos filmes destaca que, si bien
el tratamiento era bajo los cánones del terror, su
contenido implicaba a veces una reflexión y crítica a las
situaciones sociales planteadas en sus relatos: la
opresión de un grupo y sus creencias sobre un
individuo, la inutilidad de la medicina moderna ante
ciertos fenómenos, y las desigualdades sociales.
A partir de la década del sesenta y hasta nuestros días,
han continuado los filmes de posesiones y zombies, los
de las mansiones o edificios encantados como el hotel
de El resplandor (The Shining, Stanley Kubrick, 1980) o
Los otros (The Others, Alejandro Amenábar, 2001), las
“venganzas de la naturaleza” como en Tiburón (Shark,
Steven Spielberg, 1975), las amenazas de otro mundo
representadas en Alien, el octavo pasajero (Alien,
Ridley Scott, 1979), los vampiros en versiones más
estéticas y reflexivas sobre su mitología como es el caso
de Drácula de Bram Stoker (Bram Stoker's Dracula,
Francis Ford Coppola, 1992), los fantasmas como en la
muy bien lograda cinta española El espinazo del diablo
(Guillermo del Toro, 2001), o los más recientes
subgéneros de Neoslashers, filmes extremadamente
autoreferenciales que satirizan los convencionalismos del
cine de asesinatos seriales presentando a psicópatas de
fuerza o condiciones sobrehumanas en situaciones de
vida o muerte a través de numerosas secuelas y
precuelas de final abierto; y que hasta el momento
parecen dominar la producción norteamericana.
A partir del 2000, los filmes de terror japonés
(J-horror) o coreano han sido tan exitosos en sus
propuestas, que muchos de ellos se han versionados, tal
y como ocurrió con El aro (Ringu, Hideo Nakata, 1998),
haciéndose conocidos en el extranjero en sus versiones
originales gracias a la industria del video. De igual modo,
el cine español ha logrado en los últimos diez años
excelentes obras como Rec (Jaume Balagueró y
Francisco Plaza, 2007) además de las dos ya
mencionadas; y junto con los cineastas asiáticos han
producido las películas más interesantes y más
ajustadas a los parámetros de este género, mientras que
la industria norteamericana se ha centrado más en la
producción de películas de terror dirigidas a
adolescentes que, por el predominio de lo que
podríamos definir como una formula temática y
narrativa, aunada a la infinita cantidad de secuelas,
resultan irrelevantes desde el punto de vista de su
aporte al género en sí mismo y al cine en general. En
Latinoamérica, este rubro cinematográfico ha sido poco
desarrollado, sobresaliendo la producción mexicana
Cronos (Guillermo del Toro, 2001), la cual posee
elementos del cine fantástico.
El cine de terror ha sido exitoso porque en un
principio nos ofrece la oportunidad como espectadores
de confrontar nuestros miedos sin correr ningún tipo de
riesgo real, mientras nos presenta nuestras fantasías o
aprensiones más aterradoras, o lo más pavoroso que se
oculta en el interior de los individuos, de la familia o la
comunidad a la cual pertenecemos en su sentido más
amplio, particularmente cuando se subvierten sus
normas o estas se sienten amenazadas. A su vez, ha
servido de válvula de escape en aquellos períodos
históricos de los dos últimos siglos donde el miedo y la
angustia colectiva se han acentuado ante fenómenos
como la guerra o ciertas crisis económico-sociales. Por
último, en aquellos otros filmes donde el terror ha sido
visto sólo como un entretenimiento sin mayores
pretensiones de autor, el principio que ha operado,
desde la perspectiva del espectador, puede resumirse en
la siguiente frase:
Es tan divertido asustar como que te asusten.
Vicent Price

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